«La Muñeca de Kokoschka», y otros juguetes

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Este libro se compró con la idea de que fuera la madre de mi novia quien lo leyera, pero de momento sigue en mi casa y soy yo quien lo ha disfrutado, y no poco. Del autor, el portugués Afonso Cruz, no tenía ni idea, pero a estas alturas el sello de la editorial Rayo Verde -o Raig Verd cuando publican en catalán- ya es garantía de acierto, tras haber leído esto y esto otro, novelas de las que dejan poso.

Leo que Cruz ha hecho películas de animación y es también ilustrador, y a las pocas páginas de La Muñeca de Kokoschka ya percibo el aroma de un microcosmos que bien podría estar en una obra de animación o en un cómic. Un mundo que me recuerda a las películas de Jeunet y Caro o al mundo de la novela gráfica. No en vano, ésta lo es, ya que contiene ilustraciones.

Al principio nos encontramos en la ciudad de Dresde (que aparece aquí como Dresden) en plena Segunda Guerra Mundial, a la que pertenece relativamente ajena una pajarería regentada por un tipo curioso llamado Bonifaz Vogel, nombre bastante descriptivo. En ella se esconde el niño judío Isaac Dresner, conocedor de la Torá y que ha llegado a fabricar un peculiar gólem.

Este pintoresco tándem nos proyectará luego a otras historias y otras ubicaciones como París o Lisboa, en un texto bastante cosmopolita y con destellos de poesía y de sabiduría a partes iguales. Un fragmento de los que más me han gustado dice:

-Estoy triste por causa de la condesa.                                                                  

-Señor Vogel, si no está contento con el rumbo de los acontecimientos -dijo Isaac-, sólo tiene que hacer algo muy sencillo: juntar los dos pies, concentrarse y dar un pequeño salto en vertical. Cuando sus pies toquen de nuevo el suelo, la realidad del suelo, cuando abandonen ese instante celeste que es el salto, cuando toquen el suelo, le estaba diciendo, provocará un pequeño temblor que alterará la dirección del universo. Si iba en un sentido determinado, un sentido que, por cierto, no le gusta, basta saltar para ver cambiar el rumbo. Como el temblor es muy pequeño, los efectos no se notan de inmediato, aunque, si pudiera ver el futuro, vería que fue diferente del futuro en el que no saltó. La vida está hecha de esos pequeños saltos.                                                                                                                

-Ya he saltado, Isaac, y no pasa nada.                                                                

-Hay que tener paciencia, señor Vogel, paciencia. Sacuda bien para no salpicar los pantalones. Así.                                                                                  

-Ya no soy joven, Isaac, hay partes en mi cuerpo que incluso son viejas. Amo tanto a la condesa.                                                                                        

-Se ve enseguida que no entiende nada de destinos y esas cosas. ¿Se ha dado cuenta de que cuando llama a un gato (¿se acuerda de Luftwaffe, señor Vogel?) raramente corre hacia usted en línea recta, sino que dibuja una parábola, una curva? Los gatos saben muy bien conseguir lo que desean, son depredadores exactos, eficaces, y lo hacen en arco, describen curvas en su andar. Así es nuestro destino, hacemos curvas y parábolas para que se cumpla a la perfección. Lo redondo es la distancia más corta entre dos puntos. Hay que tener paciencia (que es nuestro sentimiento más esférico).                                                                                                           

-Estoy triste a causa de la condesa.  

(pág. 108)

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«Autorretrato con muñeca», Oskar Kokoschka, 1922

Pronto aparecen otros personajes, cada uno con su historia a cuestas, descritos con pinceladas, todos ellos muñecos como la que da título a la novela y que sólo ejerce como un símbolo que está detrás de la historia. Asistimos a una especie de guiñol donde las figuras van cruzándose, una miniatura del mundo y de la experiencia humana. Si los grandes novelistas del XIX trataron de hacer un fresco de su sociedad, aquí lo que se nos ofrece es esto otro, esta miniatura o, si se quiere, viñeta, una animación propulsada por su estructura de muñeca matrioska.

La historia de Anasztazia y Adele Varga avanza rápida, dando saltos, e incluso la división en capítulos refleja esos saltos. Algunos de ellos son muy breves, apenas una frase, lo que hace que la novela se lea con mucha rapidez. Esto hace que la narración sea muy esquemática: se apunta un nuevo hecho y se desarrolla en el siguiente capítulo, y así casi todo, aunque con idas y venidas, sin perder frescura y capacidad de sorpresa, que es uno de los logros de La Muñeca de Kokoschka.

Debemos suspender aquí cualquier noción de realismo o de qué es plausible o verosímil: estamos en la órbita de lo simbólico, casi alegórico. Un cuento largo repleto de moralejas. Se nos explica en la página 205:

Tendrá, me imagino, algunas dificultades para digerir tantas coincidencias, pero la vida es una compleja maraña de hilos. La mayor parte son invisibles, por eso no podemos descifrar la manera como se anudan entre sí. Pero todo se toca, todos los acontecimientos están unidos entre sí por estas líneas. Lo que hago, al contar esta historia, es acentuar los que veo claramente y percibo como relevantes. Dejo invisibles muchos otros que no considero significativos y muchos más en los que no consigo establecer ninguna relación. Por eso estas historias, las historias de la vida, se parecen a los grandes milagros del destino: porque depuramos lo que no interesa, lo que no nos dice nada, para revelar sólo lo esencial.

2 Comments

  1. Leyendo los dos fragmentos que citas, me parece fascinante cómo el autor consigue describir con tanta delicadeza y tanto detalle aspectos tan difusos e incorpóreos como la percepción subjetiva del mundo y la interpretación que los individuos hacemos de nuestra relación con el entorno (así como de este con nosotros, tal y como él sugiere), hasta el punto que resulta axiomático por su su lucidez y sencillez. Pese a la juventud de Afonso Cruz, es como estar leyendo las palabras de alguien que lleva largo tiempo en este mundo y ha conseguido la serenidad y la sabiduría que solo la senectud acostumbra a conceder, mezclado, eso sí, con cierta dosis de puerilidad que dota el texto de una candidez aún mayor.

    Me da la sensación de que estos párrafos no son casos aislados dentro del libro, por lo que desde hoy pasa a formar parte de mi lista de lecturas pendientes 🙂

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