Alastair Bonnett nos lleva Fuera del mapa

Los hombres y mujeres de principios del siglo XXI tenemos la idea, casi la certeza, de que el mundo ya ha sido explorado, cartografiado, reconocido en cada palmo de su extensión. Estamos convencidos de que, una vez trazados todos los mapas, fotografiado por satélite cada rincón, la «verdad» geográfica está asentada como algo ya inmutable y definitivo. Si una virtud tiene este libro de Alastair Bonnett es la de hacernos ver que esto no es exactamente así. Otra, no menos destacable, es recordarnos que la geografía puede ser una disciplina apasionante.

¿Qué idea unifica un libro divulgativo que habla de islas desaparecidas, salvajes no contactados, tierras de nadie, áreas de cancaneo y escenarios de la infancia del autor, entre otras muchas cosas? Subyace el concepto de topofilia, prestado del geógrafo Yi-Fu Tuan y que el propio Bonnett nos explica: la topofilia, un vínculo con los sitios, un verdadero «amor al lugar», que tiene que ver con la necesidad de cierto misterio, de dejar cierto margen para la sorpresa. Todo lo contrario del turismo, que encarna para la mayoría de nosotros la única opción de «ver mundo», y al mismo tiempo la mayor amenaza para este mundo que se banaliza y se disneyfica.

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Cualquier lector que tenga un mínimo de curiosidad por su planeta encontrará datos interesantes en todos y cada uno de los capítulos. En mi caso, he acabado leyéndolo con Google Maps delante siempre que he tenido ocasión, con el ánimo de buscar esos puntos en su mayoría desconocidos, muchos de ellos además difíciles de localizar. Ahí radica una de las lecciones y de los atractivos de Fuera del mapa, en el hecho de mostrarnos cómo los mapas pueden resultar inútiles, desfasados, impotentes ante determinadas realidades geográficas. La geografía, por otra parte, se entiende aquí en el sentido amplio que siempre se ha marginado en escuelas e institutos, donde la geografía física ha dejado fuera tradicionalmente a la geografía humana y a otros enfoques.

Uno de los grandes panfletos ateos de la era victoriana se titulaba Hell: Where is it? («El infierno: ¿dónde está?»). Si nos parece una pregunta extraña, es porque se nos ha olvidado que antaño la geografía desempeñaba un rol central tanto en la moralidad como en la religión. El paraíso, el infierno y todos los demás viajes y destinos de salvación y condenación se entendían como lugares permanentes y realidades cartográficas. Ofrecían un mapa moral que ayudaba a la gente a situarse dentro de un paisaje ético. Parece que las personas necesitamos que la moralidad esté vinculada y arraigada a una serie de lugares concretos e itinerarios específicos. Si nuestras categorías morales se limitan a flotar desvinculadas de la tierra, acabará llevándoselas el viento.

Este fragmento, perteneciente al capítulo dedicado a un pueblo abandonado del oeste de Australia, ilustra bien la riqueza de ideas en uno de los libros más interesantes que se pueden ofrecer al gran público, sea amante de la ciencia geográfica o no. Ese tono divulgativo y neutro —que tan bien consiguen los anglosajones, por otra parte— puede defraudar a quien busque algo más intenso o más underground, pero el hecho de estar traducido por Javier Calvo ya compensa en gran parte esa pequeña pega.

La ciudad solitaria de Olivia Laing

Que nadie se deje engañar por su aspecto de novelita rosa, el primer aviso viene ya en el subtítulo de este libro: Aventuras en el arte de estar solo. Suena un tanto deprimente, ¿verdad? Es un libro un tanto deprimente, y al mismo tiempo apasionante e inspirador. Estamos ante un ensayo (¡oh Dios!), o mejor dicho varios ensayos hilvanados en un volumen unitario publicado por Capitán Swing. El hilo conductor: la soledad, como sentimiento y como circunstancia. Un sentimiento complejo comparable al amor o la tristeza, tan patológico –según la tesis de la autora, respaldada por la obra de varios psiquiatras– como puede serlo la depresión.

Laing parte de lo autobiográfico: la inmensa soledad que siente al instalarse en Nueva York tras unos planes amorosos que se van al garete. Describe sus sensaciones, su aislamiento, sus comportamientos obsesivos, sus penurias. Realmente llegamos a conocer poca cosa de cómo ha llegado ahí, pero el retrato de una persona que está sola, aun estando en una ciudad como Nueva York, es de una cruda veracidad.

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Edward Hopper, «Morning sun», 1952.

El mencionado subtítulo presagia esa crudeza pero también el otro gran tema, fusionado con el primero: el arte. Y es que la terapia de la autora para encontrar el consuelo está íntimamente relacionada con la experiencia de diferentes artistas que se han visto solos, casi todos en esa misma ciudad, y cuya soledad ha aflorado de una manera u otra en su obra. El primero de ellos es Edward Hopper, el pintor del aislamiento urbano en la América moderna. Nos asomamos a su forma de ser, a la difícil convivencia con su mujer, y a ese particular laconismo que trasladó a sus cuadros.

A partir de ahí, las mezquindades domésticas de Hopper palidecen cuando empezamos a ver el trasfondo biográfico del resto de artistas solitarios. Por ejemplo Andy Warhol, del que puede sorprender su presencia aquí, acostumbrados a relacionarlo con la fama y la pompa social. Laing nos habla de esa familia de inmigrantes rutenos que apenas hablan inglés, de las manías y flaquezas del pequeño Andrej Warhola, sus complejos que persisten de adulto, su marginación previa a la fama, y el disparo que casi le cuesta la vida a manos de la desdichada Valerie Solanas, otra criatura que merece aquí parte del capítulo.

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David Wojnarowicz, «Arthur Rimbaud in New York», 1978-79.

La biografía de David Wojnarowicz es aún más dura, transcurrida entre una niñez sin cariño y una muerte prematura, pasando por una adolescencia como chapero callejero. En parte lo combativo de su arte le otorga más fuerza a su figura, de la misma manera que su obra y sus escritos son también un canto a la belleza de la intimidad compartida y la celebración erótica, aunque éstas tengan como escenario las ruinas de los muelles abandonados.

Ahora bien, cuando tocamos fondo como lectores es al descubrir (yo al menos no lo conocía) a Henry Darger. Una vida totalmente falta de afecto, transcurrida entre instituciones católicas benéficas y los duros trabajos de ínfima categoría que tuvo que realizar. Darger fue un artista marginal en toda regla, de cuya obra nada se supo hasta que no fue obligado a abandonar el piso diminuto donde pasó décadas. Entonces se descubrió una ingente cantidad de material, tanto escrito como plástico, y por suerte la sensibilidad del casero permitió preservarlo y hacer que su autor empezara a ser reconocido. La obra del autodidacta Darger es única en su rareza, obsesiva, totalmente desconectada de la realidad aparente, y mezcla encantadoras formas de flores y niñitas con escenas de un sadismo virulento. Es más, su autor ejecutaba en esas obras una especie de sacrificios cuando Dios desoía sus demandas. Todo un personaje, trágico y más que probable enfermo mental, si bien no tan monstruoso como a veces se lo ha presentado.

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Klaus Nomi (Wikipedia)

También el cantante Klaus Nomi se asoma a estas páginas con su singular puesta en escena y su portentosa voz. Como Wojnarowicz, su prematura desaparición ilustra los estragos del sida, sobre todo en los años de irrupción de la enfermedad, y con una saña brutal. Estamos a principios de los ochenta y el desconocimiento de esa nueva plaga incluso entre los médicos hace que nadie quiera acercarse demasiado a él, quien además ha adquirido un aspecto monstruoso a causa de las infecciones que ha contraido.

Historias trágicas, cuyos protagonistas han dejado belleza tras de sí a pesar de todo, y que nos hacen vislumbrar en esa soledad monolítica un síntoma de nuestras ciudades, de nuestro tiempo, pero también ver el arte como una preciosa vía de salvación.

Il·lusions elementals, de Ponç Puigdevall. Por i fàstic al Gironès.

Ponç Puigdevall ha estat molts anys crític literari a diversos mitjans de premsa, i potser el seu nom està encara més associat a aquesta tasca de crític que a la d’autor, tot i tenir en el seu currículum uns quants títols publicats. El seu rigor com a crític afegeix un plus d’interès en la seva pròpia obra literària, però si he triat llegir aquestes Il·lusions elementals en comptes d’un altre llibre ha estat per la foscor i un cert caràcter extrem que traspuen tant la coberta com la sinopsi de la novel·la. Efectivament, el lector trobarà que no hi ha concessions, que els problemes del protagonista en cap moment paren de créixer i que la tenacitat en l’error d’aquest personatge malsà i destructiu ens fa estar amb l’ai al cor durant la major part de les prop de tres-centes pàgines que té la novel·la.

El text és dens en el bon sentit de la paraula; s’entén perfectament, és àgil, expressiu, però simplement dens, si el comparem amb certa lleugeresa d’autors menys exigents. Una mostra d’això és que no hi ha diàlegs, si bé tampoc es troben a faltar. Els capítols, per la seva banda, són llargs, amb una partició en blocs que articula la concatenació de descripcions —sempre angoixants, destil·lades per una primera persona presonera de sí mateixa— i acció, sovint imprevisible, una cursa en cercles cap als últims esglaons de la misèria material i moral.

Llegint Il·lusions elementals, vénen a la ment algunes de les novel·les del Nobel noruec Knut Hamsun, sobretot Fam, i la sensació que ens desperta, la de voler fer reaccionar al protagonista davant de tants desencerts que presenciem. També ens pot evocar la vida d’indigent de Jean Genet al Journal du voleur, però mancat de qualsevol element romàntic.

L’Eloi, el narrador protagonista, és un escriptor que ja no és capaç d’escriure, ni tan sols llegir; només pot beure i fugir dels problemes tot deixant un rastre de fracàs i destrucció. La seva fugida endavant el porta de Girona a passar una llarga temporada a Gijón i després a vagarejar per bona part d’Espanya com un nòmada, malvivint sempre, alcoholitzat, sense cap horitzó al davant que no sigui pitjor que l’anterior. Les opcions de salvació són refusades, traïdes, malaguanyades. Només la confessió en primera persona des del futur ens permet confiar en la seva salvació.

A mi, el que em despertava una mena de consciència superior que m’ho permetia tot, en especial situar-me més enllà de les contingències, era el desig de literatura.

p. 252

La descripció detallada de tant patiment, de tanta incertesa, de l’anorreament de l’individu que suposa la indigència —i el seu company l’alcoholisme— remouen i espanten el burgès, petit o gran, que qualsevol lector portarà a dins. El que és segur és que després de llegir aquesta novel·la ens en quedarà una marca a dins, i mai més podrem mirar un captaire del carrer amb els mateixos ulls que abans.

…l’art de narrar, com la vida, es reduïa només a tres històries, la de l’home iracund que vol una cosa que sap que no aconseguirà mai, la de les meravelles i els perills de l’aventura mentre es posterga el retorn a casa, i la de l’home de geni que es creu un déu i que al final descobreix que només era un home i que el seu déu l’ha abandonat.

p. 261

 

 

Josep M. Argemí: El somni de William Blake

Tot un descobriment, del tot fortuït a més, el d’aquest autor tan singular. I és que les narracions breus que conté El somni de William Blake tenen un regust a clàssic, a tradició europea de la millor, cosa que ve a ser una raresa en el panorama actual. Dic tradició europea però, més concretament, la connexió que s’estableix a través d’aquests textos és amb figures igualment singulars. El nom del gran visionari romàntic anglès presidint el títol del recull ja ens situa entre un grup ben il·lustre d’heterodoxos de les lletres i la cultura.

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William Blake, «Newton» (1795)

La resta de noms coneguts que desfilen per aquestes pàgines apunten en la mateixa direcció, la de l’espiritualitat, del camí desconegut, l’especulació metafísica: Verdaguer, Goethe, Perucho, Athanasius Kircher o Joan de Patmos en són exemples. Protagonitzen o inspiren històries d’una imaginació a voltes desbordant, preciosista, també un pèl obscura en ocasions. El llenguatge emprat acompanya molt bé aquestes narracions a mig camí entre les visions, el món oníric i l’homenatge literari. Entre les marques d’estil de l’autor, qualsevol s’adonarà aviat que l’ús personalíssim —i més que generós— que fa del parèntesi és la que més destaca, amb una funció acotadora molt marcada.

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Athanasius Kircher, «Mundus subterraneus» (1665)

 

Alguns dels contes, com el primer, Aurora, són molt breus i més que narrar ens conver-teixen en espectadors d’una escena que concentra un significat ampli sense que hi hagi pràcticament acció. Altres, com el segon, són en aparença més convencionals, però amaguen igualment tot de ressonàncies que poden agafar desprevingut algun lector. I és que cadascun d’aquests relats traspua un culturalisme que articula bona part del seu encant. Alguna de les peces més breu, de fet, potser confien massa la seva força narrativa a la força del nom que evoquen, com passa en els contes sobre Perucho o Sant Joan. Un dels meus preferits és sens dubte Un conte cruel, primer perquè calen contes cruels com aquest la història d’una nena amb el do de la profecia i el tracte que rep per part dels adults—, sobretot si estan plens de visions ombrívoles, personatges deshumanitzats i un dialecte mallorquí no per impostat menys saborós.

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Fotograma de «The Four Horsemen of Apocalypse» (1921)

 

En definitiva, un llibre de contes que evoca el millor del passat, amb un imaginari subterrani i escatològic d’allò més interessant, que ret homenatge en tot moment a la literatura amb majúscules, i ho fa sense resultar exactament postmodern. La seva estratègia passa per estimular la nostra fantasia i cuidar la llengua al detall. Un títol, per tant, amb el qual tant en Josep M. Argemí com l’editorial Males Herbes fan un pas significatiu en la consolidació de les seves trajectòries. Almenys jo he pres bona nota per fer-ne seguiment en un futur.

 

Breviario Mediterráneo

No me diréis que esta cubierta no es de lo mejor que habéis visto en mucho tiempo; el azul profundísimo como el mar que representa, el detallismo de embarcaciones y edificios, lo épico de la escena. Existen otras ediciones, también en castellano y por supuesto en otros muchos idiomas, aunque menos vistosas. El caso es que un libro excepcional como éste requería una cubierta excepcional. ¿Por qué lo es? El principal motivo: es la obra de un auténtico sabio, que además habla de su pasión, y no con conocimientos puramente librescos sino también con vivencias en primera persona.

El que escribe sobre el mar tiene sus razones para hacerlo. La ciudad en la que he nacido está cerca del mar Adriático, y su nombre se debe al viejo puente turco. Gracias a su posición y al río que la atraviesa ha adquirido su carácter mediterráneo. Un poco más lejos, yendo por el valle del río hacia el norte, se pierde.

(p. 100)

Este libro portentoso se escribió originalmente en croata, la lengua de una de esas culturas que a pesar de su relativa cercanía nos es desconocida a la gran mayoría. Gracias a Matvejevic la conoceremos algo mejor. Sin embargo no es un libro destinado al autobombo nacional ni mucho menos, sino más bien lo contrario: el Mediterráneo es presentado como el escenario de intercambios y hermanamiento que nunca debió dejar de ser. Aparece en estas páginas como un escenario total, en el que multitud de lenguas se han referido durante siglos a cosas que fundamentalmente eran las mismas.

La península Ibérica, en realidad, es más continente que península. Es la prolongación o el extremo de Europa, una u otra cosa, quizá ambas. El interior no es mediterráneo, como tampoco lo son todas sus costas. Los españoles no son un solo pueblo, pero para la mayoría España es su patria. Los Pirineos han hecho más para mantenerlos juntos que la voluntad de sus habitantes. Pasados diversos se ensamblaron en uno, historias diferentes se ligaron unas a otras. Desde el centro se luchó, sin alcanzar el éxito absoluto, para conquistar el país entero. España es la prueba de lo difícil que resulta eso y el precio que se paga.

(p. 115)

Cualquier aspecto que tenga que ver con el Mare Nostrum, desde la navegación y los portulanos antiguos hasta la pesca de esponjas o la comida tremenda es por ejemplo la receta de la sopa de piedra— aparecerá ante nuestros ojos, convertido no en una explicación académica ni una frivolidad periodística, sino en un glosario que es ante todo un canto de amor a este mar y sus costas,

Así que si alguien, en estos meses de verano y vacaciones, tiene intención de pasar unos días en las costas de este rincón privilegiado del mundo, no va a encontrar mejor lectura que el Breviario mediterráneo de Predrag Matvejevic. Lectura ligera en tanto que cualquiera puede entenderla, y sin embargo de una riqueza incomparable.

Los árabes no llevan el Corán en su hatillo. Y mucho menos los turcos y los albaneses. No he conocido ningún español o croata que saliera a correr mundo con la Sagrada Escritura. No me he encontrado en ninguna parte con emigrantes felices, pero he conocido a muchos que estaban felices de poder emigrar. Eso no es sólo una paradoja en el Mediterráneo.

(p. 298)

 

A peu amb Josep M. Espinàs

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Feia una eternitat que no escrivia aquí, ho sé. El motiu no és que hagi abandonat la mania de llegir, ni molt menys, però sí que és cert que la majoria de les lectures que he fet els últims mesos no m’han semblat prou ressenyables. I quan m’ho han semblat no he disposat del temps o les ganes com per reflectir-les aquí. Què entenc per ressenyable? Doncs sobretot que sigui un títol més o menys recent, i que pugui donar peu a un comentari per part meva, ni que sigui breu. No sé si servirà de compensació però avui no vinc amb un llibre sinó amb dos. Dos llibres germans que de fet pertanyen a una família bastant nombrosa, i que en realitat no compleixen aquest criteri de la novetat i la innovació, en absolut, però que crec que cal rescatar justament pels motius contraris.

Estic parlant d’un autor familiar per gairebé tothom, en Josep Maria Espinàs. Un home que porta dècades publicant i que encara avui, amb 90 anys, es manté en actiu com un dels articulistes més venerables del país. La seva sèrie de llibres de viatges, A peu per… és ja un clàssic, una família ben nodrida que, potser de tan familiar, fa que no la valorem com cal.  En aquest cas he llegit dos volums, triats amb l’únic criteri que és que m’interessava especialment la zona que descrivien: la comarca de Las Villuercas, a Càceres, i les terres inhòspites de Sòria.

A peu per Castella i A peu per Extremadura es van publicar cap al tombant de segle, però el cert és que aquesta nissaga té els seus orígens a la dècada dels 50, quan l’Espinàs es va embarcar en un viatge pioner caminant pel Pallars i la Vall d’Aran. Un dels seus acompanyants llavors va ser Camilo José Cela, que havia escrit el celebèrrim Viaje a la Alcarria el 1948, precedent fonamental d’aquestes caminades escrites. L’Espinàs va reprendre aquesta literatura peripatètica passada la seixantena, i després d’uns quants títols dedicats a diferents indrets de parla catalana, s’aventura en terres castellanes, concretament per la província de Sòria. Defugint sempre el que pugui tenir un caire turístic o monumental, escull les contrades inhòspites, els poblets mínims, el páramo. Esmenta al principi el poc cas que han fet els escriptors catalans a Castella, que quan hi han anat ha estat en cotxe, perdent-se tots els detalls que només es poden copsar caminant.

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Espinàs damunt Cela (El Periódico)

A Sòria ja era en aquell moment una realitat més que palpable el problema de la despoblació: un silenci que ho inunda tot, carreteres i camins per on no passa ningú, dificultats per conversar amb algun habitant. El problema no ha fet més que empitjorar durant aquests anys, i ara tot just despunten veus crítiques que posen el focus en la urgència per posar solució a l’extinció definitiva d’un territori, d’unes formes de vida. Aquí vaig parlar de La España vacía de Sergio del Molino, però també hi ha llibres recents ben interessants com Los últimos, de Paco Cerdà, o Palabras mayores d’Emilio Gancedo, que aprofundeixen en aquesta realitat dramàtica.

Quan aconsegueix xerrar amb algú, Espinàs es meravella de la llengua —no hi trobarem cap prejudici, per part de ningú—, del caràcter, de les condicions de vida, sobretot passades. Van desfilant davant nostre topònims carregats d’essència: Garray, Vilviestre de los Nabos, Villaciervitos, Calatañazor. Els versos de Machado sobrevolen aquestes pàgines, i Espinàs en fa esment en més d’una ocasió, com una referència ineludible, igual que altres veus com la de Gerardo Diego o Dionisio Ridruejo.

El viatge A peu per Extremadura recorre les Villuercas i els Ibores, el sud-est de la província de Càceres proper a Guadalupe, i no mostra un panorama tan preocupant tot i que també hi ha pobles ben petits i alguna dificultat per allotjar-s’hi. La situació només ha millorat relativament en comparació amb els problemes que es trobaven els viatgers anglesos dels segles XVIII i XIX. Així i tot, el caminant hi troba places animades, avis als bars, carrers amb una certa vitalitat. A Castella s’intuïa, però aquí es fa palès un cert xoc cultural, que sovint és directament hilarant. La gent és bastant més oberta que a Castella, franca, xerraire, però sovint fa gala d’un sentit rural de l’humor, voluntari o involuntari, al qual l’Espinàs no pot respondre sinó amb desconcert. Trobem un cert nombre de graciosos, de gent especial, amb tirada a la facècia i al «chascarrillo», com l’ex-legionari que tenen per boig. També fa gràcia cada cop que li fan notar al viatger que és un avi igual que ells; amb la millor voluntat li recomanen dinar o sopar a la residència, i l’Espinàs ha d’acceptar el missatge implícit.

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JM Espinàs, en aquest cas a l’Aragó (Vilaweb)

Les llargues caminades entre poble i poble es presten a descripcions de paisatges i escenaris, que no cansen en absolut sinó que són un dels atractius d’aquests llibres. Llegint-los, vénen moltes ganes d’agafar la motxilla i recórrer tots aquests pobles més o menys recòndits. Ja en aquell moment tenia un aire d’extravagància l’anar a peu, però és totalment cert que aquesta és l’única aproximació vàlida per viure un indret. El senyor Espinàs encara va recórrer algunes altres regions i en va fer llibres interessantíssims, d’un estil àgil i planer —oposat al barroquisme que, segons ell, les grans extensions provoquen en els escriptors castellans—. Però quin ha estat l’impacte d’aquesta producció literària?

Crec que no m’equivoco si dic que és un autor conegut i fins i tot estimat. Al favor del públic s’ha sumat l’interès dels estudiosos, com demostra un llibret d’Elisabet Armengol (l’autora en parla a bastament aquí). Ara bé, qui el llegeix? Capítol apart són els articles que des de fa anys i panys publica a El Periódico, articles on exerceix una llibertat total, prescindint de l’actualitat i parlant de les seves coses. La pregunta em va sorgir després de consultar un dels portals més populars entre la comunitat lectora, Goodreads. Allà, com podeu comprovar, els llibres del nostre autor estan sense pena ni glòria i molts ni tan sols hi figuren. Pot ser perfectament que els seus lectors no freqüentin Goodreads, però no deixa de ser una constatació trista. Així que aprofito ara per reivindicar la seva figura i la seva obra, tan poc de moda però que tantes coses ens pot ensenyar a tots plegats. Camineu per les seves pàgines, i segur que us vindran ganes de caminar com ell pels variats territoris del món.

 

L’islam avui

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Alguns aspectes controvertits es el subtítol que porta aquest llibre. I, a jutjar per algunes reaccions que ha suscitat, es fa palès que n’hi ha uns quants d’aquests aspectes, i que un assaig que els afronti obertament, sense apriorismes, pot acabar sent igualment controvertit. Com a mostra de tals reaccions, només cal veure el recull que en fa l’editor de Fragmenta al digital Núvol.

És evident que el tema es presta amb facilitat a opinions maximalistes, prejudicis ben arrelats i discussions acalorades. En un context on els mitjans no fan més que presentar-nos les barbaritats que es cometen diàriament en nom d’aquesta religió, és d’esperar que qui més qui menys se la miri amb recel. És això el que converteix en indispensable un estudi d’aquesta naturalesa. I difícilment trobarem algú més idoni que la islamòloga Dolors Bramon, que porta dècades analitzant què diu l’ensenyança recollida en l’Alcorà i què no diu. Una aproximació a l’islam i el seu llibre, l’Alcorà, s’ha de fer des de la filologia. Anant als textos, a les fonts, i en el seu idioma original.

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Muhàmmad rebent la revelació de l’àngel Gabriel (Wikimedia Commons)

Recordo quan jo mateix estudiava religions a la Universitat Autònoma. El professor Josep Montserrat ens va presentar les religions jueva i cristiana d’una manera que mai havíem vist. I tot des de l’anàlisi dels textos, de la paraula escrita. En el moment de tractar l’islam, el professor va deixar lloc a un altre ja que va admetre no conèixer prou l’àrab. Una honestedat poc freqüent, en l’època dels tertulians a temps complet. Doncs bé, Dolors Bramon evidentment sí que domina l’àrab i pot fer una dissecció dels mots recollits a l’Alcorà en busca de resposta. Així ens permet indagar en què hi ha darrera de conceptes com gihad (que és masculí per cert) o xaria. I el que trobem és la deformació tendenciosa d’idees que, o bé tenen una presència molt marginal al llibre sagrat, o bé s’han convertit en tota una altra cosa en boca dels actuals bàrbars que cometen els seus crims tot invocant un islam que no coneixen bé i que en realitat no dóna cabuda als seus excessos.

S’ha acusat Bramon de justificar alguns costums dels musulmans tinguts per injustificables a Occident. El que trobarà el lector, més aviat, és un context ben ampli i aclaridor per cadascun d’aquests aspectes controvertits. Una lectura de l’Alcorà en la línia de les tendències més modernes i aperturistes, que no obstant això no s’aparta de les fonts originals, no vol renunciar a l’islam ni convertir-lo en el que no és. Així, veiem com les idees de Muhàmmad suposen una revolució, un salt qualitatiu, en els costums de les societats àrabs preislàmiques, on per exemple era habitual enterrar vives les nenes si es considerava que ja n’havien nascut suficients. La seva doctrina arriba per canviar aquest panorama, però és evident que no ho pot fer de cop. El que intenta, més aviat, és aconseguir un canvi gradual, conduir cap a costums més humans, més civilitzats, com per exemple en el tema de la violència contra les esposes. També en un tema que ocupa tot un capítol, i que és el del paradís que espera a les dones de vida recta. És sabut que als homes els esperen les hurís, verges complaents i sempre perfectes, però, i a les dones? Qüestions com aquesta arriben a despertar en ocasions una mena de somriure, potser amarg, per la injustícia que comporten, igual que altres particularitats com poden ser la teoria del fetus adormit o alguns dels excessos dels imams, com la defensa de la terra plana.

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Interior de la Mesquita de Muhàmmad Ali al Caire (Nick Perretti, Flickr)

Davant d’aquests esculls que ens tornen a posar al davant l’islam més primitiu i xocant, l’autora s’arma d’arguments i ens presenta les lectures més modernes de l’islam, perquè a banda d’energúmens que distorsionen la religió per cometre barbaritats, són nombroses les figures, i escoles senceres, que busquen un islam modern, obert i capaç d’adaptar-se al present. En aquesta línia va el treball de Bramon, i veiem que aquesta és l’única sortida si volem arribar tots plegats a un enteniment, a la germanor que es proposa de manera valenta en aquest llibre fonamental: la d’assolir una civilització islamo-cristiana.

Chantal Maillard: La mujer de pie

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Un libro único, inclasificable, que no se parece a nada de lo que se pubica hoy día. Chantal Maillard, autora también única e inclasificable, mujer de honda mirada azul, doctora en filosofía y poeta, elegancia y melancolía de una rara avis de la literatura española. ¿Por qué La mujer de pie? Aunque el libro no se recrea en lo personal, existe una razón personal para el título, que el lector descubrirá que tiene que ver con el dolor. Pero no sólo eso: existe también una connotación de desafío, de resiliencia, en el mantenerse en pie.

Estamos seguramente ante el libro más introspectivo y ensimismado que podamos encontrar en las librerías. Una obra cerrada en sí misma, a medio camino entre el ensayo y la poesía. Abundan en ella los fragmentos breves en que la realidad es diseccionada y reducida a sus componentes elementales. La experiencia en primera persona, a menudo dolorosa, es sublimada hacia lo universal, y el camino es la filosofía —Maillard ha sido profesora de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Málaga— tanto como la reflexión poética, acompañadas en ocasiones de pensamiento oriental, que la autora conoce muy bien.

El inicio es bastante narrativo y autobiográfico, pero pronto nos asalta el estilo particular de este libro, que es un estilo extremadamente nominal, una prosa en la que no hay acción, sólo análisis y contemplación. Que nadie busque nada parecido a una novela, por tanto. Esa aproximación minimalista y ensimismada puede convertir estos textos en algo casi ilegible si uno no se acerca con el ánimo adecuado. Y aunque lo haga no va a ser una experiencia fácil. No es sencillo entrar en el mundo críptico de Chantal Maillard. Sin embargo, las circunstancias de esta escritura, su razón de ser, no pasan desapercibidas, y vale la pena tratar de sintonizar ese canal de emisiones fuera del tiempo y las corrientes en boga.

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Fotografía de El País

Fuera, llueve. O llovía cuando entré: la habitación es interior. Ya se me acaban las fuerzas, así pues, rápido. Hallar la postura es lo primero. Envidio los cuerpos sanos que no saben el milagro que es permanecer entero. Cuando abro el cuaderno ya no es ni por placer ni por voluntad literaria sino por la necesidad de controlar lo que queda y dar constancia de lo que no. Nada de lo que escribo coincide con lo que quisiera decir. Por la aceleración, probablemente. La mente aguijoneada por el fármaco. Demasiado veloz, el proceso; la mano no alcanza a seguirlo, y la cabeza se cansa de esperar. No hay sabiduría cuando la mente se acelera.

He aquí un fragmento crudamente revelador, a la vez que doliente. Podría parecer un texto marcado por la autocompasión , pero va más allá de eso. No es tampoco un libro para leer seguido, sino más bien para tenerlo cerca, visitarlo, acercarse a él en momentos en que nuestra sensibilidad esté dispuesta. A través de su voz nos acercaremos a pequeños y grandes componentes de la existencia humana, y a una autora muy personal que nos revela su mundo, el nuestro.

Os dejo el principio del libro que ofrece Galaxia Gutenberg en este enlace.

Pórtate Bien, Noah Cicero

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Que si la Alt-Lit esto, que si la Alt-Lit lo otro. Sea como fuere, la de «padrino de la Alt-Lit» es todavía una de las cartas de presentación más habituales para el estadounidense Noah Cicero. También se dice de él que es un existencialista y un escritor político. Todo ello se puede dar por bueno, pero vamos  a ver quién es el autor de Best behavior.

Cicero es oriundo de Youngstown, ciudad deprimida a lo Detroit pero en Ohio, y nacido en una familia trabajadora de vagas raíces sicilianas. Falto de estudios universitarios hasta bien entrada la edad adulta, hace trabajos mal considerados y peor pagados en restaurantes, junto a otros miembros de la decadente comunidad local. Pese a eso, va publicando novelas desde jovencito, como The human war en 2003, y emerge como una voz respetada en el panorama de la literatura independiente, siendo una pieza clave del grupito de la Alt-Lit. Según dicen, la novela que nos ocupa vendría a ser una obra de cierta madurez, aunque la traducción haya llegado transcurridos unos años desde la aparición del original.

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Wikimedia commons

Leyendo Pórtate bien tenemos ya bastante material para construir la biografía de Cicero. Y es que es una novela que lleva el estandarte del autobiografismo, además de repasar someramente los hechos más relevantes de su vida. Tanta es la sensación de veracidad que cuando, pasado el ecuador de la novela, vemos que llaman al narrador por el nombre de Benny Baradat, una cierta extrañeza nos invade. Que el nombre aparezca de manera tan tardía desconcierta, pero una vez captamos el juego no es difícil descubrir luego a otros colegas alt-literatos como Tao Lin o Zachary German bajo otros nombres, toda vez que sus descripciones parecen coincidir plenamente con sus modelos reales.

Nos explica el prólogo que el punto de partida es la idea de hacer una novela generacional, un retrato lo más realista posible. Y cabe añadir que ese objetivo parece cumplirse con buena nota. Cicero habla de su generación —él nace en 1980—, la del milenio, o la de otras etiquetas que propone él mismo. Por ejemplo:

Gente a la que le gustan los cacharros (cabe abreviarlo como Generación Cacharro).
Generación de los Mensajes por el Móvil.
Generación de los Licenciados Universitarios Sin Trabajo.

pág. 9

La primera mitad del libro se centra en los ambientes de Youngstown, ciudad antaño industrial cuyos pobladores malviven sin muchas esperanzas, tratando de sobrevivir, azotados por tiroteos esporádicos, adicciones masivas, alienación galopante. Hay en estas páginas una voluntad de hacer un fresco humano, relatando las circunstancias personales de cada personaje. Los traumas familiares son casi omnipresentes, como lo es el alcoholismo. Especialmente cuando hay escenas de vida nocturna y diversión, se hace patente ese desequilibrio que aflora a medida que caen los cubatas. La ambientación invernal hace pensar en una versión proletaria de Chilly scenes of Winter de Ann Beattie —o Postales de invierno en la traducción que publicó Libros del Asteroide—, autora referente para estos chavales de la Alt-Lit. La sensación global es que Estados Unidos, y el medio-oeste en concreto, es un lugar espantoso para vivir.

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Flickr

La segunda mitad narra la estancia de Noah/Benny en Nueva York para que lo saque una revista junto a sus compañeros de grupo literario, y realmente el valor documental de estos capítulos puede llegar a ser muy alto con el tiempo. Ahí Benny pasa horas junto a Petra, una amiga de internet que se vuelve entonces física con todo lo que eso implica, y que encarna bastante bien el ideal de los que se instalan en Nueva York para vivir como un neoyorquino. La vida en la Gran Manzana aparece como un nido de frivolidad y de culto a la apariencia. Estamos en la gran eclosión de lo hipster, todos los hombres lucen bigote y ropa de segunda mano. El protagonista se muestra crítico en todo momento: él encarna de hecho los valores contrarios, se presenta como un chico corriente del medio-oeste que valora sus empleos sencillos y rechaza la inanidad que lo rodea. Lo cual no le impide participar en todo ello como uno más.

Es impagable el retrato de otro escritor joven, Hu Chin, tras el que es fácil adivinar al autor de Taipei o Sexo tras unos días sin vernos. Junto al resto de jóvenes forman un grupo de lo más peculiar, o quizás no tanto si tenemos en cuenta las aspiraciones de esa juventud neoyorquina que trata de vivir artísticamente. Todos persiguen un mito, y lo hacen con la mezcla de joie de vivre y de angst característica.

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Spoiler

Pórtate bien fluye veloz ante nuestros ojos de lector, y resulta muy fácil dejarse llevar de la mano de Noah Cicero por esos ambientes americanos. Su prosa se basa en frases cortas siempre, sencillas, naturales. La observación, la crítica, la política, está hábilmente injertada, y el aburrimiento vital de quien nos habla —nunca sucede nada, nunca sucede nada— no conlleva el aburrimiento del lector. Cabe decir que la traducción se podría haber hecho mejor. Es verdad que el título original es puñetero, pero también que tenemos un problema con las vaginas. A los anglófonos les encantan, y a nosotros también, pero tendría que estar claro que no hablamos de lo mismo.

El Mundo maravilloso de Javier Calvo

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Tenía pendiente desde hacía tiempo esta novela que, por su extensión, imponía un poco —sus 550 páginas parecen cada vez más para los cánones actuales— y parecía reclamar una entrega atenta por parte del lector. Cualquier libro de Javier Calvo requiere esa entrega, pero lo cierto es que Mundo maravilloso es una lectura divertida, ágil y que crea adicción.

Es atractiva por muchas razones y eso a pesar de sus personajes, todos ellos anormales y grotescos. Entre las razones de su atractivo están primero de todo la solidez de la trama, que se adentra en el mundo del crimen organizado pero con una agradable riqueza de motivos y un humor negro marca de la casa. También el estilo, 100% Calvo, con su narrador omnisciente y cinematográfico, sus repeticiones, sus descripciones a menudo hiperbólias e hilarantes. Un ejemplo es el fugaz personaje de Álex Jardí, autor de un libro llamado Los ríos perdidos de Londres y que es el tipo con el culo más grande que jamás han visto los otros personajes.

No menos extremos son los matones Aníbal Manta, acomplejado lector de cómics de la Marvel, o el asqueroso de Juan de la Cruz Saudade, ex-policía, miembro de las Brigadas Blanquiazules y uno de los tíos más primitivos que quepa imaginar. El protagonista, Lucas Giraut, tampoco se salva del bizarreo, a pesar de sus trajes caros y sus modales finos. El único contrapunto puede ser la adolescente lectora obsesiva de Stephen King, cuya novela ficticia Mundo maravilloso está insertada en ésta otra en pequeños fragmentos, y habla de una invasión de seres de otro mundo que la adolescente, Valentina, acabará creyendo real, y uno acabará por pensar que acaso ella sea la única que ve la realidad.

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Sobre estos fragmentos apócrifos de Stephen King, es gracioso comprobar cómo alguna opinión vertida en Goodreads considera que son los únicos bien escritos, ya que lo están de una manera convencional. Es cierto que el estilo de Calvo puede desconcertar, como también que sin él sus novelas perderían mucho.

Mundo maravilloso tiene guiños y referencias pop —la afición a Pink Floyd de los mayores, la cita inicial de Jhonn Balance de Coil— así como ocultistas —el supuesto uso de la magia enochiana en el proceso de escritura o el personaje de Arthur Travers, que también remite a Los ríos perdidos—. No podía faltar tampoco la dimensión apocalíptica del relato, que cobra fuerza hacia los últimos compases de la historia.

En definitiva, ésta es una novela de personajes anormales que a pesar de eso resulta adictiva y divertida, bastante cercana al género policíaco pero con la riqueza de matices que inyecta siempre Javier Calvo, de manera que puede atraer a lectores de gustos muy diversos, incluso a detractores de ese género como yo mismo.